El mapa de los Anhelos

Alice Kellen
2022

A continuación, un extracto de este maravilloso libro. ¡Que lo disfrutes!

(…)

—¿Qué es lo que te da miedo? (pregunta Will)

—No ser importante para ti. (Grace)

¿De verdad piensas eso?

Su voz almibarada es una caricia.

—A veces sí, cuando pierdo el tiempo imaginando lo que ocurrirá el día que vuelvas a tomar las riendas de tu vida. No quiero ser la chica con la que te entretuviste mientras todo estaba en pausa. No sería justo que te entregase tanto, y tú, tan poco.

Eso no es anticiparse. Eso es fantasear —protesta.

¿Sabes? No necesitaría «fantasear» si tuviese alguna certeza. Mírate: tan inaccesible y distante que es imposible saber en qué estás pensando. Yo sí que puse las cartas sobre la mesa, y no fue fácil, pero el día de mi cumpleaños te confesé lo que sentía.

Will frunce el ceño y se levanta lentamente.

—Creía que mis sentimientos eran evidentes.

Pues resulta que no. Y aunque lo fuesen…

—Sigue —me pide.

—Me gustaría oírtelo decir.

La vela sigue consumiéndose y el aroma a cera nos envuelve. Se mueve hacia mí con su sigilo característico y coge mi mano antes de que entienda qué es lo que pretende. Aparta los dedos con delicadeza, posa la palma sobre su cuello y luego baja con lentitud hasta el centro del pecho. Deja mi mano ahí, sobre su corazón.

¿Sientes lo rápido que late? —pregunta, y yo asiento—. Es por ti. ¿Entiendes lo que significa? Debería valerte más que un puñado de palabras, porque es real.

Se me aflojan las rodillas porque no es una declaración usual, pero sé que es la que Will necesitaba hacer y la que yo debía escuchar. Comprendo que cuando la confianza pende de un hilo las palabras pueden ser insuficientes. Pero esto es palpable. Es verdad.

Grace… —Me suelta la mano para enmarcar mi rostro y mirarme fijamente a los ojos—. Eres la persona más especial que he conocido en toda mi vida.

Cierro los ojos no solo para mantener aguzados los demás sentidos, sino porque no quiero echarme a llorar. Nadie me había dicho antes algo tan sencillo y bonito; resulta casi mundano porque suena típico, pero creo que precisamente por eso me golpea con tanta fuerza, porque lo conocía en otros, lo conocía en películas y libros, pero no en mí. Todos merecemos ser especiales para alguien, poder brillar un poquito.

Se acerca más y me estrecha contra él con fuerza. Lo noto temblar hasta que el calor de este abrazo crece entre nosotros y nos reconforta. Me aferro a sus hombros, hundo la nariz en su cuello y nos mecemos durante un largo minuto.

¿Quieres saber cuándo supe que ibas a ser un problema? —susurro que sí contra su piel, incapaz de apartarme de él—. Cuando leí aquel papel en el que escribiste las cosas que te gustaban. Lo hice aquí, también de madrugada. Y al llegar al final, cuando cambiaste de presente a futuro, pensé: «Mierda, me voy a enamorar».

Qué bonito. «Mierda» y «enamorarse» en una misma frase.

Siento la risa suave de Will en la mejilla derecha y me encantaría que el vibrante sonido se quedase para siempre entre los diminutos poros de mi rostro.

Una composición poética.

Dime más. Un poco más —le pido, y él vuelve a reír.

—Comprendí que deseaba hacer contigo todo lo que habías escrito. Enseñarte las constelaciones. Caminar por las calles de Viena al atardecer. Coger un tren sin saber en qué estación bajar. Y verte volver a patinar sobre hielo sin pensar en nada, nada, nada.

Me aparto para mirarlo a los ojos.

¿Te lo aprendiste de memoria?

Sí. Lo he leído muchas veces.

Mi corazón cambia de marcha sin previo aviso.

—Quédate quieto. No te muevas.
Alzo la mano y acuno su mejilla despacio. Will entrecierra los ojos, pero no aparta la vista. Deslizo la punta de los dedos por el arco de sus cejas, cruzo el puente de su nariz y llego hasta su boca.

Me sujeta la barbilla con los dedos y la alza un poco antes de besarme. Es un beso distinto, uno húmedo e intenso que está destinado a arrollar cualquier otro pensamiento, excepto el hecho de que estamos aquí, ahora, desnudándonos más allá de la ropa. Y entiendo que, en ocasiones, para que alguien pueda encontrarte, antes hay que dejarse ver, bajar la guardia, abandonarse como la mujer de El beso.

Hundo los dedos en su pelo y pido más, más, más. Y él me lo da. Caemos en la cama. Desabrocho el botón de sus pantalones mientras Will me quita los míos por los tobillos. Lo acaricio.

(…)

Bueno amores, el extracto termina como deberían hacerlo todas las grandes declaraciones: con un beso inevitable, o con dos almas que se encuentran sin necesidad de más palabras, donde uno se abandona sin miedo al otro.

Pero lo verdaderamente bello de esta escena no es solo el beso, sino la honestidad que lo antecede. A veces, incluso cuando ya existe cercanía o intimidad, hay silencios que duelen más que la distancia. Ella necesitaba escucharlo decir lo que ya intuía, necesitaba esa certeza que calma los miedos y confirma lo que el alma sospecha. Y él, al escucharla, entendió que el amor también se demuestra con palabras; por eso eligió abrirse, dejar claro lo que sentía y reconocer que, aunque creyó que sus gestos bastaban, a veces hace falta decirlo.

En las relaciones de pareja cometemos muchas veces el error de dar los sentimientos por sentados o de creer que estamos siendo claros con los mismos. Pero aunque en ocasiones puedan ser evidentes, también necesitamos escucharlos, sentirlos tan fuerte que no nos quede duda de que son reales.

Tratemos de que en cada relación, brille la honestidad de nuestras expectativas, el respeto por el corazón del otro, la comunicación efectiva y la transparencia de nuestros sentimientos. Porque esa persona con la que decidimos comenzar a escribir una historia, merece claridad, no suposiciones; hechos, no promesas vacías; amor presente, no amor que se adivina.


Merecemos un amor que no tema mostrarse.

Con amor y pecas,

Sheyla. 🧡

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